Hace unos meses, en uno de los cursos del Border Hub, en la ciudad de Tijuana, una de las conferencias me sacudió, me hizo caer en la reflexión, y por qué no, sirvió como terapia profesional.

Fue una simple pregunta, pero de esas preguntas sencillas y profundas, de la que confieso, tuve problemas para responder de inmediato, pero hoy me doy tiempo para contestar y agradecer que la hayan hecho.

Recuerdan ese momento feliz como periodistas…, esa vez que dijeron, woow qué fregón ser periodista.

Creo que como periodistas atesoramos pocos momentos felices, y no porque no los tengamos, al contrario, se vuelven tan cotidianos en una carrera profesional que en ocasiones nos pasan de noche.

Otras veces, se nos va olvidando lo que nos orilló al periodismo, se nos va olvidando lo que nos hacía felices, se nos va olvidando la motivación, y entonces, convertimos al periodismo en un trabajo más.

¿Recuerdan ese momento feliz?

Hoy ya lo recuerdo. Tenía 13 años. Me recuerdo caminando, casi a diario a la sala de redacción del Periódico La Prensa, que estaba a menos de 50 metros de mi casa.

Lo que empezó como una tarea de secundaria, se convirtió en una extraña obsesión, inquietud y curiosidad por algo que en esos tiempos llamaban periodistas. No me consideraba un lector de libros y mucho menos de periódicos.

Lo que sabía de los periodistas era que salían en la tele y algunos escribían en periódicos. Lo que sabía de los periodistas era que a uno de ellos lo mataron muy cerca de mi casa con cuernos de chivo. Sabía que al que mataron frente a mi casa era el director de la Prensa y se llamaba Benjamín Flores González.

Todo comenzó con una tarea. La maestra pidió que entrevistáramos a alguien sobre su trabajo. Yo decidí entrevistar a un entrevistador y preguntarle si no le daba miedo trabajar cuándo apenas unas semanas atrás habían matado a su director.

¿No le da miedo que lo maten?, recuerdo la pregunta que le hice al reportero, pero no recuerdo la respuesta.

Hice mi tarea pero yo seguía visitando la redacción del periódico al terminar la escuela, por la tarde o los sábados por la mañana.

Me resultaba interesante ese mundo adultos, tomando café, leyendo periódicos, sentados frente a sus computadoras y discutiendo las noticias.

Recuerdo varias mañanas de sábado asomando la cabeza a la recepción del periódico, que era el punto de encuentro obligado de los reporteros, mientras hacían un ejercicio de lectura de las crónicas urbanas que cubrían una doble plana del periódico.

Fueron varios días los que pasé en el periódico. Uno de esos días el jefe de información me tomó del hombro y me preguntó…niño, ¿quieres ser reportero? Mi respuesta fue sí, pero antes, le tenía que pedir permiso a mis papás.

Crucé la calle corriendo y de inmediato le pregunté a mis padres. La respuesta no fue muy complaciente, pero afirmativa y volví de inmediato al periódico para confirmar que quería ser reportero.

A los días, mi papá me regaló una cámara profesional y en el periódico me asignaron mi libreta y plumas. Ya era un reportero.

A los días, con mi primera asignación periodística cubierta, en una de las páginas del periódico pareció mi hombre completo y el titular Niño reportero entrevista a una maestra.